Hola a todos. Desde hace tiempo he querido compartirles mi experiencia como testigo, pero no me había animado a escribirla. Hoy me he tomado el tiempo y quiero empezar desde el principio. Afortunadamente, no nací testigo de Jehová, aunque siempre estuve ligado a estos. Mi abuela materna junto con todas sus hijas (Tías) pertenecen a esta religión, por azares del destino mi madre se rehusó desde joven a seguir el camino que mi abuela les inculcó a todas; sin embargo, en mi familia siempre tuvimos afinidad por los testigos aun no siéndolos. Recuerdo que de pequeño mi padre nos llevaba a las conmemoraciones, a mis hermanos y a mí, y hubo un tiempo en que asistíamos a las reuniones regularmente.
Puesto que vivíamos en un pueblo pequeño del estado de Veracruz, todo lo que hacían las personas se sabía por todos lados, incluido lo que hacían los testigos; así que por sus acciones y algunos enfrentamientos directos (discusiones por terrenos) entre mi padre y los propios testigos, esté se fue desanimando y dejó de asistir a las reuniones (a mi madre nunca le gustó asistir a estas, incluso le aburrían) y por tanto, de llevarnos a nosotros también. Con todo, yo seguí en contacto con estos, pues una de mis tías me daba estudio bíblico con el libro “Historias bíblicas”. No recuerdo el momento exacto en que decido dar por terminado el estudio, pero se acabó. Pasarían aproximadamente 10 años para que se diera mi segundo encuentro con los testigos de Jehová. Desde pequeño, siempre me sentí diferente a los demás, es decir, sentía atracción por otros niños del mismo sexo. Sin embargo, al vivir en un pueblo y con las ideas religiosas que ya tenía impuestas, opté por ocultar mi sexualidad. Por tal motivo, crecí siendo una personada de baja autoestima, muy inseguro y de pocos amigos. Al terminar la preparatoria, me mudé a la ciudad capital de mi estado para continuar con mis estudios universitarios. Puesto que dos de mis tías testigos viven en esta ciudad, adivinen ¿con quién fui a parar?... ¡Exacto! Llegué a vivir con una de mis tías y aquí fue donde comenzó mi vida como testigo.
Ustedes saben bien que los testigos no dejan pasar una oportunidad para predicar a todo aquel a quien se deje, así que ahí empezó todo. A diario las conversaciones terminaban en textos bíblicos, consejos basados en el libro “lo qué los jóvenes preguntan”, lecturas de artículos de la atalaya, etc. Poco a poco mi tía fue intensificando su predicación conmigo hasta que sin darme cuenta ya me estaba dando, otra vez, un estudio bíblico; saben ustedes que para ellos eso es un logro y algo de qué presumir. A la misma vez, mi tía invitaba a testigos jóvenes para que la acompañaran en el estudio bíblico y yo fuera relacionándome con ellos.
Al poco tiempo ya estaba asistiendo a las reuniones y cambiando mi forma de vestir y de arreglarme. El ambiente que veía en las reuniones y la compañía de los testigos, aparentemente fue llenando el vacío del cual les comenté anteriormente. Ahora tenía amigos y estaba dentro de un grupo que tenía sentimientos “genuinos”, lo cual me hacía sentir bien y me hizo dar pasos agigantados dentro de la organización. Llegué a bautizarme, a los pocos meses inicie el precursorado regular, asistí a algunas rutas de predicación, poco después fui nombrado siervo ministerial y un tiempo después, hablaron conmigo para el nombramiento como anciano.
Pese a todo este “crecimiento espiritual”, no me sentía del todo completo, yo veía a mis “amigos” con novia, otros casándose y formando sus familias, por el lado de afuera, mis compañeros de universidad se divertían y hacían viajes juntos (los envidiaba) y yo ni de un lado ni de otro. Muchas veces me sentía sólo completamente y me deprimía a un grado extremo, sin embargo, siempre pensé que Jehová sabia la razón del porqué yo tenía que vivir así. En una de esas ocasiones en las que estaba muy deprimido, necesitaba expresarle a alguien lo que pasaba conmigo y solo pensé en mi tía; a decir verdad, no confiaba en los ancianos y era con mi tía con la que había desarrollado una confianza y una relación de madre e hijo tan grande, que le conté todo lo que sentía y se enteró por mí, de mis preferencias sexuales. Ella me recomendó hablar con los ancianos para que ellos me ayudaran (ya que ellos tienen el espíritu santo de Jehová, decía ella), sin embargo, me negué. Posterior a eso, y con el afán de ayudar a quitarme lo homosexual, mi tía empezó un intenso análisis de este tema que siempre en el estudio de familia, que yo dirigía pues mi tía es soltera, analizábamos experiencias de hermanos que habían cambiado su estilo de vida homosexual por servirle a Jehová. A la misma vez, todos los fines de semana mi tía invitaba a alguna jovencita a comer a la casa para que yo las conociera y me relacionara con ellas, pensando que así podría sentir alguna atracción hacia ellas. Poco a poco este sentimiento me mataba por dentro y no encontraba la forma de quitármelo, llegó el punto en el que empecé a mirar pornografía en secreto. Con el tiempo mi conciencia lastimada, pues seguía conservando mis “privilegios”, me llevaron a confesar esta acción lo cual ameritó censura y el retiro de estos puestos dentro de la congregación. Aquí empezó el declive de mi vida como testigo, puesto que el comité judicial que me hicieron, lejos de ayudarme, me llevo a cuestionarme con más intensidad si esto era lo que yo quería para mi vida. Pasaron los meses y fui restablecido de la censura, sin embargo ya no me sentía bien.
Para este tiempo, yo ya había terminado la carrera y estaba haciendo una maestría, cosa que a los ancianos no les pareció. Empecé a llevar una doble vida, a mis 26 años tuve mi primer acercamiento sexual y seguí conociendo chavos, hasta que un día conocí a uno con el que intentamos tener una relación sentimental y fue aquí donde ya no pude seguir aparentando. Todavía en este tiempo seguía viviendo con mi tía, sin embargo la relación ya no fue la misma desde que le comenté de mis preferencias. Yo también empecé a cambiar bastante, de aquel chavo muy “espiritual” que había sido ya no quedaba nada. Así que un día mi tía, sospechando lo que pasaba conmigo, tuvimos una discusión muy fuerte al grado que me lanzó una bofetada y para terminar me corrió de su casa (nunca le confirmé que yo “ya andaba mal”). Meses después yo mismo tomé la decisión de hablar con los ancianos. Me hicieron otro comité judicial en el cual, me preguntaron TODO, lo más íntimo: ¿quién le daba a quién? ¿Cuántas veces lo hacíamos?¿en dónde nos veíamos?, ¿si estaba dispuesto a dejar a mi pareja por seguir dentro del pueblo de jehová? Etc. Como aún creía que era la religión verdadera y ellos puestos por Jehová, respondí a todas sus preguntas. Al final, me dijeron que sería expulsado y así fue.
Por algunos meses seguí asistiendo a las reuniones, porque extrañaba a mis “amigos”, fue un tiempo verdaderamente difícil, emocionalmente; ya que tenía pocos amigos “del mundo” y a los que consideraba mis amigos, ya no estaban. Mi idea era volver a ser testigo hasta hace poco más de un año. Finalmente, después de un año de estar expulsado, decidí cambiarme de ciudad. Me moví al norte del país, necesitaba conocer nuevos ambientes, una ciudad que no me recordara o me ligara con mi vida como testigo, aunque seguía siendo testigo expulsado. En esta nueva ciudad, conocí a mi pareja con quien llevo más de tres años y el que me ha ayudado a cuestionarme muchas cosas de la vida y a madurar emocionalmente. En el proceso, me preguntaba ¿por qué si dios es amor, prohibía una relación en donde existe el amor puro?, ¿por qué tendría que renunciar a mi pareja por querer volver a ser testigo?, ¿Por qué tendría que ocultar quien verdaderamente soy por agradarle a él, si él me conoce tal y como soy? Muchas preguntas surgieron y empecé a desempolvar mi capacidad de raciocinio y a investigar en muchas fuentes, hasta que di con esta página y con los videos que me ayudaron a abrir los ojos y a sanar mi conciencia. Con los testigos, viví momentos muy felices y en parte disfruté de esa etapa, me encantaba predicar y pensar que estaba ayudando a alguien a tener una esperanza para el futuro. Creo firmemente que todo en la vida tiene un porqué y que de todo se aprende. Sin embargo, si volviera el tiempo atrás, no volvería a ser testigo; sí creo que son buenas personas, se esfuerzan por hacer lo que creen es correcto, lo malo es su organización controladora. Hoy en día vivo feliz, sin dogmas ni religiones. No permito que nadie controle lo que yo hago o dejo de hacer, me alejo de las personas religiosas o con pensamientos que no aportan nada bueno a mi vida (mi familia materna está alejada de mí, para ellos estoy muerto, y ellos para mí también). Creo que un amigo, es y será amigo, a pesar de tus creencias o formas de pensar distintas. Convivo con mi familia, que afortunadamente nunca se hizo testigo, por más que yo les predicaba.
Así que si tú estás saliendo de esta organización, ¡ánimo! No es el fin del mundo, es el inicio de una vida maravillosa.