Yo nací en León Gto México dentro de una familia de testigos muy activos y celosos, mis padres eran precursores ambos. Desde muy pequeña yo comencé a acompañar a mi mamá a la actividad, me entusiasmé demasiado; cuando me matriculé en la entonces escuela del ministerio teocrático, simplemente aun a mi corta edad me sentía feliz de servir a Jehová, a los 6 años me hice publicadora no bautizada y predicaba con mucho celo, mi madre me había enseñado a no tener miedo y me preparaba antes de salir a predicar. Los hermanos en la congregación me querían mucho, me decían la pequeña precursora, todo eso llevó a que yo me bautizara a la edad de 11 años, yo me sentía segura de ello, no puedo decir que me obligaron pero si reflexiono en aquellos días, en realidad mi madre siempre me impuso todo aquello como una obligación porque el día que yo no me levantaba para predicar me pegaba y me castigaba, mi cerebro tal vez se programó a hacer lo que esperaban todos de mí para evitar golpes y castigos y para tener la aprobación de los demás. ¡Qué ciega estaba! Bueno así pasó mi niñez y al comenzar mi adolescencia no se me permitió asistir a la escuela secundaria porque según mis padres eso sería una mala influencia en mí, así que decidieron que no iría.
Mi padre era una persona muy dura: él siempre me exigía que yo diera lo máximo en sentido espiritual, yo me tenía que preparar para todas las reuniones y prepararme bien, porque si no le gustaba cómo lo hacía o si no le gustaban mis comentarios durante las reuniones me regañaba o me castigaba, un par de veces incluso me golpeo con el cinturón, yo tenía en un pedestal a mi padre yo creía que él tenía razón y que si me insultaba es porque él solo quería lo mejor para mí y que yo hiciera lo correcto. De pronto recuerdo que una tarde mis padres se encerraron en una habitación y charlaron un gran rato, de pronto mi padre salió y se fue y mi madre salió llorando diciendo que mi padre sería expulsado. Yo no entendía qué es lo que pasaba, dentro de mi fluyeron demasiados sentimientos de todo tipo, aquel hombre que tanto me exigió que hiciera lo correcto, aquel hombre que muchas veces me insultó por no hacer lo que considera correcto, aquel hombre que siempre esperó que yo diera lo mejor espiritualmente... ese hombre le había fallado gravemente a Jehová. Al principio sentí tristeza pero después me entró mucho coraje y resentimiento al recordar lo duro que había sido conmigo mientras que él estaba allá siendo infiel a mi madre y haciendo cosas malas.
El volvió a casa pero yo no quería ni verlo, me sentía molesta y decepcionada, lo veía como una persona muy hipócrita. Después de eso yo me sumí en una profunda depresión. Los hermanos en la congregación nos veían como bichos raros después de la expulsión de mi papá, como si nosotras hubiéramos tenido la culpa. Yo no quería saber nada de nadie, dejé de asistir a la reunión y dejé de predicar durante todo un mes y a ninguno de los ancianos parecía importarle. Recuerdo una noche que tocaron a la puerta de mi casa, era uno de los ancianos que iba a buscar mi informe de servicio del mes, yo le dije que no había predicado ni una sola hora durante el mes así que no había informe que entregar, él me miró como si nada y me dijo: bueno Karla para el otro mes será entonces. Se dio la vuelta y se fue sin más, sin preguntarme qué me pasaba, sin interesarse en mis problemas, así solo así se fue. A la semana siguiente la congregación tuvo la visita del superintendente y como es de esperar ahora sí fueron a visitarme. Aun recuerdo esa visita, el hermano realmente me trató con mucho amor y me preguntó que si asistiría a la reunión de precursores de esa noche, yo le dije que no porque yo no era precursora, y me dijo: No te preocupes los auxiliares también pueden asistir y mira aquí tengo una solicitud del precursorado auxiliar si la llenas estás invitada esta noche! Yo me quedé callada y accedí, me dio verguenza decir que no y rechazar su invitación, además mi mamá seguía siendo precursora regular y no quería dejarla ir sola. En la noche al finalizar la reunión, el hermano ya me estaba esperando con una solicitud para el precursorado regular, yo no sabía qué decir, todos los presentes me animaron y me dijeron que ellos me ayudarían a cumplir con la meta de horas, así que me animé y la firmé. Fue así como comenzó una carrera de precursorado que duraría 11 años. Comencé a predicar y a hacerme amiga de las otras precursoras y poco a poco la alegría volvió a mi corazón, volvió a ser la chica estricta y celosa de antes, ¡apenas tenía 13 años! Mi vida entera era el servicio y mi madre estaba orgullosa. Los hermanos en la congregación me querían y me utilizaban para diferentes actividades. Los muchachos comenzaron a buscarme, lo que me causó la envidia de las chicas de mi edad en la congregación. ¡Ninguna de ellas me hablaba! Jajajaja. A mí no me importaba porque con el servicio yo no tenía tiempo para amistades.
En el año 2009 participé en la construcción de un salón del reino. Participé tan de lleno que cuando el proyecto finalizó, yo terminé tostada de mi piel y con fuertes dolores de espalda. Durante ese proyecto yo me hice de nuevas amistades que conservé durante muchos años. Cumplí 16 años y mi labor en la congregación ya no me satisfacía. Yo deseaba hacer más, así que me mudé a una congregación de lenguaje de señas en la cual dure 5 años. En esa congregación serví aún más de lleno. Me entusiasmaba ayudar a las personas sordas a conocer de Jehová, así que en cuanto cumplí 18 años me fui a mi primera ruta de servicio a Acapulco, Guerrero. Yo estaba feliz. Para ese entonces mi padre ya estaba readmitido, así que ellos me llevaron hasta mi asignación a 11 horas de mi casa. Llegué ahí con todo el ánimo del mundo. Llegué a un pequeño grupo en un pueblito la congregación se componía de apenas 20 personas de las cuales la mayoría estaban emparentadas. Llegué ahí pero nada fue lo que yo esperaba. Las hermanas me criticaban, mis compañeras de hospedaje me hacían mala cara y no dejaban pasar el momento para avergonzarme, muchas veces yo me dormía llorando. En ese pueblo las hermanas vestían muuuy muuuy conservadoras, se cubrían la cabeza durante las reuniones y criticaban el que yo usara ropa modesta pero más moderna, ¡una de ellas dijo que yo le quería quitar a su marido! A pesar de todo eso yo cada noche me repetía que yo estaba ahí para servir a Jehová y ayudar a los sordos, no para agradar a los demás. Así que seguía esforzándome. Cuando terminaron los 2 meses de mi asignación yo me había encariñado mucho con mis estudiantes, así que decidí quedarme en ese lugar. Busqué un lugar dónde vivir y tuve nuevas compañeras, de las cuales debo decir eran un amor. Comencé a disfrutar mi servicio al máximo a pesar de las envidias de las señoras de la congregación. Una noche una de mis compañeras tenía una plática con un hermano de Guadalajara y llegué yo y por la computadora nos presentó, desde ese momento ese chico y yo nos hicimos buenos amigos y a los 2 meses nos hicimos novios sin siquiera habernos visto jajajaja. Fue una hermosa etapa en mi vida. En ese entonces mi padre fue expulsado por segunda vez, pero a mí ya no me afectó, pues yo ya tenía otra perspectiva de las cosas. Mi novio y yo nos conocimos en persona y yo le presenté a mi familia, hablamos con los ancianos y todos nos apoyaron.
Entonces volví a casa. Me despedí de mis estudiantes, de mis amistades en Guerrero y volví para seguir con mi relación. Mi novio y yo no nos veíamos seguido porque éramos de distintas ciudades. Aun así mantuvimos una relación de 2 años y nos casamos. Mi padre no pudo asistir a mi boda porque seguía expulsado. Aun así fue una hermosa boda. Yo me mudé a la ciudad de mi nuevo esposo y ambos nos despedimos de la congregación de señas y nos fuimos a una de español. Ahí era otra cosa, nadie me hablaba, todos criticaban, una hermana coqueteaba con mi esposo, él dejó de echarle ganas, dejó de predicar, faltaba a las reuniones, yo durante mucho tiempo le eché ganas yo sola y traté de animarlo pero me cansé y me desanimé. Tuvimos un bebe y nos mudamos a otra ciudad. Yo deseaba comenzar una nueva vida con mi familia. Buscamos una congregación y comenzamos a asistir. Debí decir que todos nos trataron muy bien, fueron muy amables y nos dieron la bienvenida, yo aun seguía de precursora y era feliz ahí. Un día un hermano con el que mi esposo trabajaba lo defraudó y nos vimos en apuros económicos así que yo tuve que dejar el precursorado y tuve que trabajar. Los hermanos comenzaron a criticarme, a pesar de eso yo seguía asistiendo hasta que fue tanto mi cansancio físico y emocional por tantas críticas que dejé de ir. Fue ahí donde comprendí que la amistad de esas personas no es desinteresada, si vas y haces lo que quieren te brindan amistad y si no, dejan de hablarte, todo aquello me decepcionó profundamente. Luego encontré la página de Ex testigos de Jehová Hispanohablantes y poco a poco fui abriendo los ojos. Jamás he hablado de esto con mi esposo pero estoy convencida que no volveré ahí, tengo 6 meses sin asistir, él también. Si yo no voy él no va, jamás fue un buen cabeza en sentido espiritual y creo que debo darle las gracias; no estoy expulsada ni nada. Mi familia no sabe que ya no asisto y así voy llevando mi vida. Me tomó 22 años comprender que era una farsa lo que yo vivía y entender que muchas cosas ahí dentro estaban mal! Ahora me siento aliviada, me siento libre. Me siento feliz porque mi hijo crecerá sin complejos y ataduras. Feliz porque he conseguido amistades verdaderas que han demostrado estar conmigo sin importar lo que yo crea. Espero pronto tener el valor de hacer esto formalmente y entregar mi carta de renuncia. No lo he hecho porque sé que el día que lo haga perderé a mi familia. Pero espero pronto tener valor. Admiro a todos ustedes los que lo han hecho y se han liberado y espero encontrar amigos aquí que han pasado por lo mismo que yo. Gracias por leer. Atte Karla