Había leído en la internet y visto algunos documentales acerca de los casos de abuso sexual a menores testigos de Jehová, pero se me hacía algo lejano, información de países que nada tienen que ver conmigo. Tengo años tratando con personas y sus problemas, como terapeuta he escuchado historias de todo tipo. Pero lo que escuché ese día en mi consulta, me hizo sentir un escalofrío en la espalda.
Mi paciente, una mujer de aproximadamente 35 años de edad, acudía a consulta por una de las causas más comunes: ansiedad. Después de un tiempo de charla, me comentó que probablemente yo no podría ayudarle, debido a que al no ser parte de su religión, no podría entender lo que a ella le pasaba. Confesó haber crecido como testigo de Jehová. Se casó con un hombre hijo de una de las familias más prominentes dentro de los testigos de su ciudad. Algunos de sus familiares con cargos muy importantes. Él, siervo ministerial. Hacía un tiempo venían teniendo problemas maritales. Eso lo escucho en mi práctica profesional diaria, así que no me extrañó en lo absoluto.
Lo que me platicó en seguida fue lo que me dejó pasmado: Hacía un año, su niño de 7 años le confesó que su padre le había hecho tocamientos obscenos. Ella recurrió a quienes sabía le podían ayudar, a los ancianos de su congregación. Ellos hicieron un comité para investigar el caso. El resultado: se determinó que no había testigos necesarios para imputarle castigo a su esposo. Le comentaron que podía acudir a los servicios de la policía local, pero le recordaron que eso demostraría una mala actitud con respecto a la decisión que ellos habían tomado y mancharía el buen nombre de la organización. También le recordaron las bases bíblicas para el divorcio y le comentaron que hacer caso omiso de las mismas es motivo de expulsión.
Salió del comité sin ayuda, y amenazada con una posible expulsión por rebeldía. Desde entonces no había podido dormir bien. Se separó de su esposo, bajo el escrutinio de los hermanos de su congregación, y sin el apoyo de su propia familia, quien no deja de recriminarle el que se haya casado con una persona a quienes ellos no querían. Acudió a los servicios sociales de la ciudad, pero no les comentó sobre el abuso. Su esposo todavía tiene el derecho de pasar dos días a la semana con su hijo.
Me llamó la atención que durante la conversación, cuando le mostré ejemplos de personas que luchan contra las ideas de culpa, me comentó que esas personas se merecían sentirse así, por lo que habían hecho contra Dios. No captaba la idea de que el sentimiento de culpa (que en este caso les da su organización) es el mismo sentimiento de control, que hace que incluso en casos tan horribles como los de abuso sexual, les impida “manchar el nombre de la organización”. Es un candado para que su organización quede impune.
Ella -sabe que los ancianos de su congregación cometieron una injusticia, pero está segura que Jehová traerá justicia a su momento debido-; pensó que sus ancianos le hicieron mal debido a las conexiones sociales de su esposo, pero no captó el hecho de que es la organización quien ha fomentado el encubrimiento de este tipo de abusos. De unos meses para acá, espía a su esposo para ver si en algún momento él comete fornicación para ella quedar libre para divorciarse sin problemas. Nunca, a lo largo de mis años de terapeuta, había visto con mis propios ojos lo que una institución religiosa puede hacer para encubrir sus propios pecados. ¿Y qué ha sido de ella y de su hijo? Están luchando contra todo un sistema podrido, que controla su mente con el objetivo de seguir quedando impune. Atte. El Terapueta